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martes, 26 de octubre de 2010

En la vigilia de la noche

Estaba llorando sola. Era tarde y el sol se habia escondido. Roberta yacia en su cama prisionera de la vigilia de la noche. Su imaginación volaba a kilometros del lugar, a millones de millas lejos de su cuerpo apretujado entre las sabanas blandas. Porque tenian que ser blandas, si. Duras no. Le traian pesadillas, y las pesadillas no le gustaban. Acurrucada en su cama una lagrima comenzó a caer lentamente. Era ese vacio lo que la hacia llorar. Era el sabor del dolor, el espacio que habia entre su cuerpo y su alma. Y con la primer lagrima llegó la segunda. Y con la segunda llegó la desesperación. El deseo. La parte agria de su dolor estaba a punto de pincharle la sien. El aire se tensó y le costaba respirar. Tapò su fragil cuerpo completamente, dejando solamente el espacio suficiente para respirar. Y la lluvia empezó. Caian de a una, de a dos, de a tres. Y comenzò a crecer un grito de dolor, un grito ahogado y seco. Mordió la almohada, mordiò su pierna, mordió lo que tenia a su alcanze. Y el grito ahogado salió sin romper el silencio de la habitación. Y sus lagrimas seguian desparramandose entre las sabanas. Y poco a poco sintió como su corazón se llenaba de un sabor amargo, de un sabor que nunca antes habia conocido. La furia se desparramó entre sus venas y se deslizo lentamente por cada parte de su cuerpo. Y poco a poco fue estirando sus manos, sus piernas. Y poco a poco fuè perdiendo el control, entrando en desesperación.

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