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jueves, 23 de diciembre de 2010

Su cuerpo cayò pesadamente sobre la hierba todavia hùmeda. Sus rodillas se enterraron en el lodo, pero no le importò. Golpeò el suelo, una y otra vez, con los puños cerrados hasta que los nudillos de sus dedos se enrojecieron. Ningùn dolor se comparaba al dolor de haberla perdido; no habia nada en el mundo que calmara la angustia que le provocaba su partida. Habìa abandonado todo y a todos con tal de dedicarse a ella en cuerpo y alma. ¿Y còmo le habia pagado ella? Huyendo, huyendo de èl como si fuera un animal rabioso, alguien a quien ni siquiera se le podia tener lástima si no repulsiòn. Habìa salido a buscarla; habia seguido su rastro de la misma manera que un cazador sanguinario persigue la pista de su presa más preciada. Sin embargo, habia llegado demaciado tarde.
Se arrojò al suelo, y cuando el barro frio le tocó la cara, cerrò los ojos. Solo la veìa a ella. Cada rincòn de su mente estaba impregnado con su imagen: su rostro aniñado, su cabello castaño trenzado que le caia sobre los hombros. Extendiò la mano, en un intento por llegar hasta ella, pero, cuando abriò los ojos y descubriò que estaba solo en medio de aquel bosque, creyò morir.
No importaba el tiempo que llevara, podrià esperar toda la eternidad si fuera necesario, pero la encontrarìa, y nuevamente estarian juntos: esa vez para siempre.

-Nomeolvides-

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