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lunes, 20 de junio de 2011

El chalé

Una mañana soleada y fria de Junio, el fuego arde estrepitosamente detrás mio invadiendome con una calida ola de calor que me hace sentir como si estubiese acostada en mi cama, tapada hasta la cabeza mirando alguna de mis series favoritas. A mi lado reposa una taza de té, una de esas grandes con dibujos raros pero lindos, humeante, que no deja ver la transparencia de su fondo. Me siento en el living, que cuando hay grandes reuniones familiares la usamos como comedor, como hoy. Veo libros de cocina, novelas, carpetas, vasija vieja y con mucha historia ensima que me transmite cierto tipo de conformidad, en un lugar donde me cuesta sentirme aceptada.

Miro hacia delante, veo los primeros rayos del sol caer sobre las ramas secas y vacias de los arboles. En invierno, la ausencia de las hojas se hace notar, pero la vista no deja de ser bella para los ojos de cualquier ser. También veo las plantas que la abuela cuida todo el año, el rastro de un auto, algún perro durmiendo en la orilla de algún canal. Unas rosas blancas y rojas me hacen sentir en algún lugar parecido al paraíso.

No hay nada más lindo que el chalé de mis abuelos, venir y saber que puedo leer un libro tranquila, escuchar musica o simplemente ponerme a pensar con el hermoso paisaje que se escurre por la ventana, sin importarme nada, ni el ruido de los autos del pueblo o las cosas diarias que nos atormentan de sentido, dejandonos aislados en nuestro propio mundo. Entonces me siento, y empiezo a escribir, dejando vagar mi mente por los confines menos pensados del mundo.

Hoy es el día del padre, y como la tradición dicta, nos reunimos a almorzar acá. Mi papá hace el asado, mi abuelo, cansado por los años, lo ayuda sin rezongar y de vez en cuando viene a preguntarme algo. Mi abuela, fiel a la buena cocina, está domando sus vegetales para convertilos en ensaladas ‘ricas en proteinas’ libres de sal, ayudada por mi mamá que cada vez que venimos se lleva alguna receta nueva para probar en casa. Empiezan a llegar los invitados y es así como la casa se va llenando poco a poco, haciendose chica para todos a pesar de su grandeza interior. Cada uno la va llenando con sus problemas, sus carcajadas, sus bromas, sus noticias. Un auto nuevo por acá, la bebé que aprendió a caminar por allá. Los mas chiquitos llenan de alegria a los grandes que permanecen con una expresión ausente de vez en cuando, en esos momentos que se permiten un recorrido al pasado, en esa casa grande llena de flores y olor a jazmines.

La paz que transmite este lugar es realmente inexplicable, nadie que no haya venido no puede saber lo que es la conformidad del lugar, con sus escondites secretos, sus caminos de piedra, sus miles de historias que me cuenta siempre mi papá, los secretos que esconden las paredes, las miradas vacias que habitan en ella.

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