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sábado, 13 de agosto de 2011

Estaba acostumbrada a llorar. La misma monótona rutina de todas las noches, cuando se encontraba sola tejiendo en su habitación y la luna entraba traviesa por la ventana intentando robarle una pequeña sonrisa o regalarle una dulce melodia que la acompañe por el resto de sus días.
Pero María era de la clase de mujercitas que piensan que todo está perdido, que ya no hay más gotas de esperanzas, que el sol se ocupó de secarlas cruelmente. Ya pocas veces dejaba mostrar una nítida sonrisa, que se escapaba rápidamente entre la comisura de sus labios, esperando no ser vista, o tal vez si, que alguien la vea para acabar con ese calvario al que estaba esclavizada.
Y ya nunca más, dijo María, que se prometió fielmente borrar el grato recuerdo de esas tardes en el jardín de su memoria, que hasta el momento se habia negado hacerlo.
Y dejó escapar una ultima sonrisa, esa que permanecerá presente en su corazón por siempre, que flotará en el aire como signo de que alguna vez María, pudo ser feliz.

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