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lunes, 27 de junio de 2011

Pero ella flotaba en la arena, disfrutaba del sol, y el viento le despejaba el pelo de la sangre. Podía ver perfectamente lo que pasaba, podía sentirlo tal como estaba, desparramada en la alfombra.
Era ella misma, pero una. No dos que eran mentira, como en su sueño del jarrón. Era una cosa con dos pies helados, dos manos mordidas por la angustia, un estómago que crujía de hambre, un corazón que crujía por él, una piel que se resecaba al desear sus besos, dos ojos que querían fotografiar, un cabello que se pegaba a sus hombros suplicando un lavado, una nariz que lo comprendía.
Cerró los ojos para disfrutar el bienestar que sentía, de la tranquilidad de no ser dos, sino una sola que sentía, que gustaba, que deseaba, que olía mal, que se emocionaba con el arte, que quería retratar a las personas, que lloraba a él con lagrimas saladas que caían a la alfombra desde sus ojos cerrados.
Una sola, no dos que discutían constantemente

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