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martes, 8 de noviembre de 2011

Fly away hasta que vuelvan las luces

   Entraba o salia. Salía o entraba.
   Nunca se quedaba quieta.
   El la observaba desde el sofá, con una mano en su regazo y  otra sosteniendo una taza de café. Ella seguía, inquieta, radiante como el primer día.
    La música sonaba como siempre de trasfondo. El sol dejaba entrar sus rayos feroces por la ventana que ella misma se había encargado de desnudar al medio inaccesible. Antes de la tormenta cerraba los postigos, era su manera de defenderse.
    Estaba tan activa ese día, que no la pudo prevenir. Lo último que recordaba era su sonrisa que le abrazaba la espalda desde el sofá, soltando miles de moléculas atómicas resplandecientes que inundaban de alegría su vida.
    Pero esa sonrisa se apagó. Las luces dejaron de brillar, el aire se volvió espeso, las rosas decidieron cerrar sus capullos y dejar de mostrar su belleza al mundo. Su corazón dio un vuelvo inesperado de  ciento ochenta grados, la esencia de su alma perdió su rigor, su sabor se volvió amargo y ya le daba lo mismo madrugar a preparar el desayuno o directamente despertarse sobre la hora para ir a trabajar.
   Y desde entonces vivió con su corazón en las manos, con los ojos distraídos, con su mente en otro lugar. Se acostaba tarde, lloraba a escondidas o en el bondi, rezaba a todo Dios Sobre Poderoso existente en el cielo, recordaba sus palabras, cuando le enseñaba entre risas que no es bueno evitar los asuntos del corazón. 
   Y se coronó con las flores de la tristeza, murió cada domingo pensando en su mirada inocente y resucitaba los lunes. Llevaba su recuerdo clavado en la memoria y lo único que la impulsaba a seguir era el dulce recuerdo de su voz al compás de la música mientras revolvía sus viejos discos con su chaqueta de cuero, a punto de terminar las horas de amor diario que le correspondían.
   Ni una más, ni una menos.
 
 

1 comentario:

Ciruela dijo...

Que liiiindoo ♥